Entrevista con el profesor Nicola Bux

 

EL RELATIVISMO

 

BARI, martes, 20 diciembre 2005 (ZENIT.org).- Monseñor Nicola Bux, consultor de la Congregación para la Doctrina de la Fe, ha estudiado la influencia que el relativismo está teniendo en relación de las comunidades católicas con la Eucaristía.


Recoge sus conclusiones en el libro «El Señor de los Misterios. Eucaristía y relativismo» («Il Signore dei Misteri. Eucaristia e Relativismo») publicado en italiano por Cantagalli, una editorial de Siena, con prefacio del cardenal Angelo Scola, patriarca de Venecia.


Monseñor Bux también es consultor de la Congregación para las Causas de los Santos, profesor de Liturgia Comparada, vice-presidente del Instituto Ecuménico de Bari y consultor de la revista teológica internacional «Communio».


Ha publicado una decena de libros, uno de los cuales presentado en Roma por el cardenal Joseph Ratzinger: «La unidad de los cristianos hacia el Tercer Milenio», publicado de la Libreria Editrice Vaticana, en el 1996.


En esta entrevista concedida a Zenit, monseñor Bux habla de la influencia del relativismo en la Iglesia y en el Sacramento de la Eucaristía.


--Eucaristía y relativismo: el título es evocador pero inquietante. ¿Qué quiere sugerir exactamente al vincular a la Eucaristía con el relativismo? 


--Monseñor Bux: En el libro se indican numerosos intentos por deslucir la verdad del Sacramento: uno de los más graves es negar que Jesucristo esté presente en el pan y en el vino sobre los que el sacerdote pronuncia las palabras consagratorias.


Por el contrario, el «Compendio» del Catecismo de la Iglesia Católica afirma en el artículo 283 la eficacia de las palabras de Cristo y el poder del Espíritu Santo. Desafortunadamente esta tendencia también está difundida entre sacerdotes y catequistas.


--«La crisis del cristianismo es la crisis de su pretensión de verdad», advierten los adversarios de la Iglesia, como escribe en su libro. ¿Es así? 


--Monseñor Bux: Esta afirmación es verdadera si se presta atención a las intervenciones de algunos eclesiásticos que están preocupados por no herir la sensibilidad o que hasta están convencidos de que la fe en Jesucristo no sea la verdad que salva al hombre, sino sólo una entre otras. Esta afirmación no es verdadera si se escucha al Papa Benedicto XVI y a los obispos unidos con él en sus intervenciones.


--A veces a los propios católicos les cuesta celebrar con alegría los sacramentos. ¿Qué está sucediendo? 


--Monseñor Bux: Hace falta volver a hablarles de los sacramentos como la prolongación de la presencia del Señor que ha venido a querernos como Padre, a adoptarnos como huérfanos, a darnos la fuerza de su Espíritu, a alimentarnos con el Pan de su Vida, a perdonarnos de los pecados que pesan y condicionan la existencia, a curarnos de las enfermedades físicas y espirituales, a darnos la capacidad de servirle a Él y a los hombres en la Iglesia y en el mundo, a establecer una relación de amor verdadero y eterno entre hombre y mujer, parecido a su amor.


Cada una de estas acciones es un gesto que Cristo ha cumplido en su vida terrenal y sigue cumpliendo en su vida inmortal a través de su cuerpo eclesial. Tales gestos y palabras eficaces los llamamos misterios y sacramentos según la tradición griega y latina.


Dan la alegría verdadera, pues hacen renacer, curar y devolver al hombre la capacidad de vencer el mal y la muerte. La liturgia debería ser capaz de hacer vivir así, sin confiar demasiado en palabras sino en la elocuencia y eficacia de los signos.


Dios se ha encarnado, ha tomado la naturaleza humana para decirnos que nos salva a través de la materia: del agua, del pan, del aceite, etcétera.


--Usted constata que hay «malestar» ante el pensamiento católico. ¿Por qué? 


--Monseñor Bux: Dice san Pablo: nosotros tenemos el pensamiento de Cristo. La verdad es católica porque es Cristo que vive y siempre tiene valor, dondequiera que sea y en todos los sitios --como decía un monje medieval, Vincenzo de Lerins-- y no se conforma con las modas que pasan. Casándose con ellas uno acaba por quedarse viudo.