MATERIALISMO
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SUMARIO: I. Espíritu y materia en el pensamiento de Occidente.—II. Materialismo y Dios cristiano.—III. "Materialidad" del Dios trinitario.


Conviene iniciar la exposición de esta voz saliendo al paso del fatal malentendido de reducirlo, como denunciara con toda lucidez B. Brecht, a la idea de que todo viene de y se reduce a materia. Esta idea puramente negativa y claramente sesgada de materialismo abunda sobre todo en ámbitos religiosos e incluso teológicos, creando una importante confusión que distrae del verdadero significado de esta importante postura teórica y práctica y de su función emancipadora, también para la fe.


I. Espíritu y materia en el pensamiento de Occidente

 

Por materialismo se entiende, es verdad, toda filosofía o visión del mundo que concibe la entera realidad como material, como "res extensa", por oposición al idealismo, que da primacía al espíritu. En cuanto tal, sólo se da, hablando con rigor, a partir de la Modernidad, una vez que Descartes sentara la distinción entre "res cogitans" y "res extensa'''. Pero sus raíces llegan hasta la Antigüedad, hasta la filosofía atomística de Demócrito y Epicuro. De ellos arranca el intento de explicar el mundo desde sí mismo, desde su propia base, que es lo que define la genuina intención del materialismo. "El pathos del materialismo consistió desde un principio en explicar el mundo desde sí mismo. Con él comienza el papel desmitologizador, civilizador del materialismo, que ha destruido a lo largo de los siglos temores,... supersticiones, prejuicios y más tarde ideologías para constituir a los hombres en dueños de su destino. La reducción de toda realidad a la materia ha de tomarse, fuera de casos extremadamente dogmáticos, sobre todo mecanicistas, como una tesis crítico-polémica en contra de la concepción idealista de la realidad, que tiende a ignorar las raíces materiales del espíritu. El materialismo se presenta en todas sus formas ante todo con una clara pretensión ilustrada y emancipadora: como reivindicación de la autonomía del mundo en su materialidad y de la felicidad real, material y sensible, de los hombres frente a interpretaciones espiritualistas que la sacrifican en aras de una felicidad ideal". Materialismo y hedonismo, en el mejor sentido, han solido ir siempre juntos, tanto en la Antigüedad como en el materialismo ilustrado francés del siglo XVIII. Las formas de materialismo dogmático mecanicista afirmativamente reductor de la realidad, más propias del siglo XIX, son derivaciones, por tanto momento segundo de esa originaria intención crítico-emancipadora.

 

En este genuino sentido, el materialismo, como reivindicó lúcidamente M. Horkheimer, en manera alguna niega el espíritu. Lo que se niega es su independencia de la base material, no sólo de la materia físico-corporal, sino también de la realidad económica, política y social. Tal es la intuición originaria del materialismo histórico marxista. Acusarlo de economicismo es ignorar o pervertir esa intuición. Su afirmación de la dependencia del espíritu con respecto a la materia o, más exactamente, a las relaciones económico-sociales, no constituye una proclamación de objetivos, sino, justamente al revés, una denuncia de una realidad "sin espíritu", miserable e inhumana, es decir, materialista en sentido vulgar y fáctico. Y lo que pretende no es la consagración de esa dependencia, sino, también al revés, la liberación del hombre de esas "espinas" que ahogan las flores del espíritu. Ahí radica el momento de verdad del materialismo histórico, que sólo quedará superado cuando la realidad sea, real y verdaderamente, espiritual, es decir, humana y racional.

 

El materialismo comparte, como ha hecho notar también M. Horheimer, la pasión por la justicia, el interés por la felicidad de todas las criaturas, y muy particularmente por la felicidad de los que quedan en la cuneta de la marcha del Espíritu, por la felicidad de "los de abajo", de las víctimas y de las criaturas más ligadas aún a la materia: animales y naturaleza. El materialismo palpita con el gemido de la criatura oprimida que traspasa no sólo el reino humano del espíritu, sino también la entera materia, como vio lúcidamente la tradición "cálida" del materialismo, desde Avicena hasta Bloch pasando por el "materialismo místico" de Teilhard de Chardin. En cuanto tal, no está tan lejos de la fe en el Dios cristiano, como se ha pensado y pretendido tanto por parte creyente como por los mismos materialistas.


II. Materialismo y Dios cristiano

 

La mayor parte de las formas históricas de materialismo han rechazado, sin embargo, la realidad de Dios. El materialismo ha profesado normalmente un ateísmo militante, incluso prometeico. Pero también en la mayoría de los casos ese ateísmo ha sido más crítico-polémico que estructuralmente dogmático-afirmativo, como, tal vez, el naturalismo del varón D'Holbach o el monismo de Haeckel. Dios y los espíritus fueron relegados al mundo de la superstición y de la magia, contrario a la afirmación del mundo real y de la felicidad humana. El mismo Dios cristiano fue, de hecho, espiritualizado, sobre todo en la teología occidental desde su abrazo con el pensamiento griego, en un sentido que lo alejaba de la historia real de los hombres. El Dios "espíritu puro" ha sido en buena parte un Dios "de manos limpias", ajeno a los dolores y esperanzas materiales de sus criaturas, un Dios de la razón más que el Dios "que puso su tienda entre los hombres".

 

Ello no obstante, Dios es, en verdad, espíritu, como atestigua la entera experiencia bíblica; pero, justamente por ello, es el aliento de lo humano y el viento de la tierra. El espíritu en el Dios cristiano, lo mismo que en la tradición abierta por la fe en él, no se opone a la materia, al cuerpo, como en la tradición filosófica griega y a lo largo de la tradición occidental, sino a la muerte y a todo aquello que causa la muerte a los hombres. Dios es espíritu porque es, fundamentalmente, un Dios de Vida, de aliento, de esperanza. Y si decimos de él que es "espíritu puro", queremos significar que es la Vida misma de los hombres, que no hay en él ambigüedad al respecto, como en los espiritualismos de este mundo que dieron pie a la denuncia materialista.


III. "Materialidad" del Dios Trinitario

 

El desafío del materialismo urge la renovación de la fe en el Dios cristiano. No es posible ya repetir, sin más, la condena por parte de la Iglesia del materialismo, junto con otros movimientos de la Modernidad. Es preciso redescubrir y mostrar convincentemente que el Dios de la experiencia bíblica y el Dios de Jesús no sólo no rechazan las mejores exigencias del materialismo, sino que él mismo se identifica con ellas, e incluso se adelanta a ellas. El Dios Trinitario es el que da el ser a la materia misma (Gén 1,1s); el que crea al hombre del barro de la tierra y lo crea "espíritu en el mundo" (Rahner) (Gén 1,7s); el que oye el clamor de su pueblo oprimido, se implica en su liberación (Ex 3,1s) y le conduce a una tierra que "mana leche y miel" (Gén 12,15). El Dios de los profetas es el Dios que implanta el derecho y la justicia Jer 9,23; 22,3.15; Is 35,3s; Sal 33,5), el Dios que defiende a "los de abajo": a los pobres y a las viudas, al extranjero, a los explotados y humillados (Is 1,17; Lc 1,52s). Es el Dios que carga sobre sí el pecado del mundo y sus consecuencias materiales de sufrimiento, injusticia y muerte y se hace solidario de sus víctimas (Is 53,1s). Es el Dios que, en este "descenso" hasta el barro y la miseria de este mundo, se hace carne y planta su tienda entre los hombres (Jn 1,14s). Jesús es el rostro "material" de Dios, su presencia "material" en el acontecer de la historia humana. Y el Dios de Jesús es el Dios del Reino, el Dios que trae la liberación a los pobres, la vista a los ciegos, el pan a los hambrientos y la esperanza a los desesperados'. Es el Dios que, para sellar su solidaridad con los hombres, pasa por la "materia" más opaca de este mundo: por la muerte en el madero de la Cruz. Pero es también el Dios que, por ser un Dios de Vida, es decir, por ser Espíritu, no abandona a los muertos a la opacidad definitiva de la materia, sino que los rescata para la vida; es el Dios que resucita la carne, es decir, el hombre entero", restablece la justicia violada y la esperanza truncada de las víctimas y recrea la entera creación con el aliento de sd Espíritu (Rom 8,20s).

 

El Dios cristiano trinitario devuelve el reto al materialismo y lo radicaliza. Si la pretensión materialista de explicar la entera realidad desde la materia, diversamente interpretada, tiene derecho a la verdad o no, es cosa que irá mostrando la ciencia. Hacer de ella un dogma y cerrar totalmente el horizontede la inmanencia y de la inmanencia material, es tan gratuito como su contrario, el espiritualismo, que ignora la tierra donde hunde sus raíces. La postura racional sería la del materialismo que, como, por ejemplo, el de M. Horkheimer, abre la materia de este mundo, la historia de dolor y de esperanza, al horizonte del Otro', de Aquel que, siendo Espíritu de vida, puede transfigurarla, liberarla y resucitarla definitivamente. Pero para encarar el reto del materialismo, la teología debe, a su vez, descender más a la tierra donde se juega el destino de los hombres, debe explicitar más la "materialidad" del Dios cristiano y las implicaciones "materialistas" de la fe en ese Dios y, sobre todo, debe articular una praxis capaz de hacer creíble esa fe en la materialidad del Dios de la vida y de la historia". Un diálogo serio, consecuente, crítico y autocrítico a la vez, de la teología con el materialismo está aún en gran parte por hacer.

 

[ —> Ateísmo; Creación; Cruz; Esperanza; Espíritu Santo; Experiencia; Fe; Filosofía; Historia; Liberación; Reino de Dios; Sociología; Teología y economía; Trinidad.]