Ecumenismo externo e interno

 

El tratamiento complaciente recibido por los católicos disidentes tiene, sin duda, buena parte de su explicación en la evolución concreta del movimiento ecuménico. Recordaremos, pues, de éste algunas fechas significativas.

 

1864. El Beato Pío IX, un siglo antes del Vaticano II, advierte contra un error que ya por entonces se ha difundido:

 

«El protestantismo no es otra cosa que una forma diversa de la misma verdadera religión cristiana y en él, lo mismo que en la Iglesia Católica, se puede agradar a Dios» (Syllabus 18: DS 2918).

 

La Iglesia Católica no admite esa visión del ecumenismo, porque está cierta de su unidad y unicidad. Ella no es una forma más del cristianismo.

 

1949. Por eso el Santo Oficio, en tiempos de Pío XI, enseña que la verdadera unidad de los cristianos solo puede hacerse por el retorno (per reditum) de los hermanos separados a la verdadera Iglesia de Dios (Instructio de motione oecumenica 20-XII-1949).

 

Téngase en cuenta, como ya dijimos, que Lutero y su descendencia niegan casi todas las verdades cristianas fundamentales: la libertad real del hombre, la necesidad de las obras para la salvación, el sacerdocio ministerial, la sucesión apostólica, la autoridad de los dogmas, del Papa y de los Concilios, la Misa como sacrificio eucarístico, la vida religiosa consagrada por votos, la ley eclesiástica, la presencia real eucarística, el culto a los santos, los dogmas marianos, etc. Niega casi todo el cristianismo. Y el protestantismo liberal del XIX vendrá a negar lo que aún se afirmaba.

 

«Pero tenemos en común, se dice, las Escrituras sagradas». Tampoco, pues Lutero da a sus fieles las sagradas Escrituras cerradas, ya que niega a sus lectores el sentido verdadero de las mismas, que solo puede ser conocido por la tradición y el Magisterio apostólico de la Iglesia.

 

Si estos cristianos separados no vuelven a la plenitud de la fe católica, es inevitable que se vean privados de altísimos bienes del mundo de la gracia, en los que ahora no creen, y que la Iglesia Católica, con perfecta constancia secular, profesa, cree, predica y comunica a sus fieles.

 

1964. El concilio Vaticano II, en el decreto Unitatis redintegratio, cien años después del Syllabus, reafirma la doctrina tradicional católica sobre la unidad y unicidad de la Iglesia (2). Y aunque reconoce que las comunidades cristianas separadas «no están desprovistas de valor en el misterio de la salvación», declara: «creemos que el Señor entregó todos los bienes del Nuevo Testamento a un solo colegio apostólico, a saber, al que preside Pedro, para constituir un solo cuerpo de Cristo en la tierra, al que tienen que incorporarse totalmente [unitatis redintegratio] todos los que de alguna manera pertenecen ya al pueblo de Dios» (3).

 

Sin embargo, en los años del postconcilio, dentro y fuera de la Iglesia Católica, aparecen pronto y se difunden versiones más o menos falseadas del ecumenismo, que con el tiempo irán prevaleciendo.

 

1967. Así, Van Melsen, Presidente del Concilio holandés: «Desde el momento en que la unidad de la Iglesia ya no significa el retorno a la Iglesia católica tal como ésta es hoy día, sino un crecimiento de todas las Iglesias hacia lo que la Iglesia de Cristo debería ser, no se puede decir de antemano cuál será la forma de esta Iglesia» (Informations Catholiques Internationales, 1-II-1967, 15).

 

1968. Y el Patriarca Atenágoras: «no se trata en este movimiento de una marcha de una Iglesia hacia la otra, sino de una marcha de todas las Iglesias hacia el Cristo común» (ib. 1-V-1968,18).

 

Poco a poco, el error denunciado por Pío IX –catolicismo y variedades protestantes, «formas diversas» del cristianismo, todas válidas–, se va generalizando tácitamente en ambientes católicos. Tanto, que a veces es profesado de forma explícita.

 

Según, pues, la evolución mental descrita, y que afecta sobre todo a los ambientes católicos ilustrados, la actitud ecuménica generalizada podría expresarse con estas tesis:

 

El ecumenismo de ningún modo ha de plantearse como una reintegración («unitatis redintegratio») en la Iglesia Católica. Por eso, la causa ecuménica es incompatible con todo proselitismo católico hacia los hermanos separados. O diálogo o predicación. O ecumenismo o proselitismo.

 

–La plena verdad cristiana solo puede hallarse por la suma y convergencia de las diferentes maneras de concebir la doctrina y la moral del cristianismo. Nadie, pues, pretenda tener el monopolio de la verdad. Tampoco el Papa o un Concilio.

 

–La unidad total de la Iglesia ha de buscarse, y no se hallará sino por una convergencia en Cristo de todas las comunidades cristianas.

 

De hecho, en cualquier symposium de teología en el que asisten profesores de las distintas confesiones cristianas, es una realidad patente que los católicos disidentes –los que piensan y actúan al margen o en contra de la Autoridad apostólica– tienen una relación mucho mejor con «los hermanos separados» –ilustrados, abiertos, modernos– que con los católicos fieles a la Tradición y al Magisterio –ignorantes, cerrados, anacrónicos–. Éstos son para ellos una presencia insoportable. Se sienten en comunión con aquéllos, no con éstos. Y aciertan, porque, en realidad, ellos también son «hermanos separados».

 

2000. Declaración Dominus Iesus. La Congregación para la Doctrina de la Fe se ve obligada a reafirmar ante el falso ecumenismo ciertas verdades de la fe que se veían cada vez más olvidadas o negadas. Lógicamente, tal como está muchas veces la mentalidad de los católicos ilustrados, la Declaración ocasiona gran conmoción, un verdadero escándalo.

 

La Declaración reafirma verdades de la fe que han sido amplísimamente ignoradas o negadas en los últimos decenios. En su capítulo IV, Unicidad y unidad de la Iglesia, se atreve a decir que «la Iglesia de Cristo, no obstante las divisiones entre los cristianos, sigue existiendo plenamente solo en la Iglesia Católica» (16). Y que las comunidades sin Episcopado válido y sin Eucaristía verdadera «no son Iglesia en sentido propio» (17).

 

«“Por tanto, los fieles no pueden imaginarse la Iglesia de Cristo como la suma –diferenciada y de alguna manera unitaria al mismo tiempo– de las Iglesias y Comunidades eclesiales; ni tienen la facultad de pensar que la Iglesia de Cristo hoy no existe en ningún lugar y que, por lo tanto, deba ser objeto de búsqueda por parte de todas las Iglesias y Comunidades” (Congr. Doctrina de la Fe, Mysterium Ecclesiæ 1)» (17)

 

Con este breve ex cursus no nos hemos alejado de nuestro tema. En efecto, el ecumenismo falso, que afecta a muchos medios católicos liberales, como es lógico, da a los católicos «disidentes» un trato tan complaciente como el que da a los «hermanos separados». Un mismo ecumenismo actúa ad extra, hacia los hermanos separados, y ad intra, hacia los católicos disidentes. Se aplican, pues, a los disidentes todas las normas prácticas del falso ecumenismo.

 

Según esto, habrá que dialogar con los disidentes respetando sus opiniones, aunque sean contrarias a «la doctrina oficial» de la Iglesia, evitando toda reprobación rígida, monopolizadora de la verdad. Se deberá considerar que están promoviendo «una forma de cristianismo», o si se quiere «una forma de catolicismo» que, ciertamente, no coincide con «la forma oficial» católica; pero que no por eso debe ser corregida y menos aún reprobada y sancionada. Es posible –y para algunos es probable– que esos disidentes, ésos que hoy chocan con la doctrina y disciplina de la Iglesia, sean una vanguardia profética de la verdadera Iglesia católica.

 

En todo caso, queda completamente excluida la posibilidad de llamar a los disidentes a una conversión (meta-noia: cambio de mente), sino que, con toda humildad y paciencia, habrá que seguir «profundizando» con ellos en las verdades de la fe, en una búsqueda común de la verdad del Evangelio, que a todos nos transciende, que no se deja atrapar en fórmulas fijas, y en la que todos hemos de encontrarnos por convergencia.

 

Notemos por último que la falsificación del ecumenismo ad extra y del ecumenismo ad intra piensa, con obtuso optimismo, que «en el fondo todos los cristianos pensamos lo mismo. Solo cambian las palabras, los modos de expresar la fe en un misterio que nos supera a todos».

 

HOY VIVIMOS EN TIEMPOS DE ECUMENISMO

Autor: P. Jorge Loring Fuente: Para Salvarte

 

Hoy vivimos tiempos de ecumenismo en los que todos ansiamos la unión de todos los cristianos en una sola Iglesia. Pero la unión con los protestantes, decía Juan XXIII, no puede venir del sacrificio de parte de la verdad, sino de un profundizar más en el conocimiento de la verdad. No podemos sacrificar un dogma de nuestro patrimonio doctrinal para buscar una unión engañosa.


«En el Concilio Vaticano II, el Romano Pontífice junto con los Padres Conciliares tomaron viva conciencia de la necesidad de empeñar todo tipo de esfuerzos para que los hermanos separados se pudieran reintegrar en la unidad. Esta preocupación ecuménica quedó reflejada en diferentes documentos conciliares: en laConstitución Dogmática sobre la Iglesia, en el Decreto sobre las Iglesias orientales católicas y en el Decreto sobre ecumenismo. En estos documentos se proclamaron los siguientes principios sobre ecumenismo:


. Las divisiones entre los cristianos contradicen la voluntad de Dios, y son motivo de escándalo para el mundo.


. Alguno de los bienes que constituyen la Iglesia pueden hallarse también fuera de la Iglesia Católica, pero la plenitud de los medios de salvación sólo se pueden encontrar en la Iglesia Católica.


- Los católicos deben manifestar comprensión hacia aquellos que no participan de la plena unidad, teniendo en cuenta que no pocos se encuentran en esa situación sin culpa por su parte.


- Los medios fundamentales para recuperar la unidad son la caridad y la oración.


- Nada más lejos del verdadero ecumenismo que aquello que afecta a la pureza de la doctrina católica, y a su sentido genuino y preciso.


- No sería lícita aquella relación con los no católicos que suponga peligro de la fe o indiferentismo religioso.


»El Concilio vino a recordar que nadie puede poner en duda un dogma de fe, ni siquiera con la intención de aproximarse a los no católicos. Los católicos no tienen poder sobre la fe recibida; sino que ésta es un depósito que deben custodiar y transmitir con fidelidad. Por eso deben respetar en todo momento las fórmulas definidas por el Magisterio de la Iglesia»
.


La declaración sobre la libertad religiosa del Concilio Vaticano II advierte que no es lo mismo practicar una religión que otra. No todas son igualmente buenas, pues son contradictorias entre sí
.


«Todos los hombres están obligados a buscar la verdad, sobre todo, en lo que se refiere a Dios y a su Iglesia, y, una vez conocida, abrazarla y practicarla»
. 

 

Dice el Concilio Vaticano I: «Nadie tiene causa justa para dejar la Iglesia Católica».


«Aunque fuera de la Iglesia Católica pueda encontrarse parte de virtud y parte de verdad»
, la «única y verdadera religión está en la Iglesia Católica». 

 

Aunque añade que todos los que han recibido el Bautismo y tienen fe en Cristo, de alguna manera también pertenecen a la Iglesia de Cristo en un sentido amplio. Pero en sentido estricto «la Iglesia de Cristo subsiste hoy en la Iglesia Católica». 


Ésta es la razón por la cual la Sagrada Congregación del Clero en su Directorio dice: «Propóngase los argumentos en favor de la doctrina católica con caridad a la vez que con la debida firmeza»
. 


Dice el Concilio que la libertad religiosa consiste en inmunidad de coacción
 es decir, que a nadie se le puede imponer por la fuerza la práctica de una religión, ni tampoco impedírsela, ni en público ni en privado. 


"El derecho a la libertad religiosa no es ni la permisión moral de adherirse al error, ni un supuesto derecho al error; sino un derecho natural de la persona humana a la inmunidad de coacción exterior en materia religiosa"
.

 

El hombre tiene derecho a practicar lo que él cree que es verdad. 


Pero el ejercicio público de la religión, debe subordinarse al «justo orden público»
, que consiste en la recta ordenación del bien común, en «la salvaguarda efectiva de los derechos de todos los ciudadanos..., el interés proporcionado por la auténtica paz pública..., y una adecuada tutela de la moralidad pública». 


«En la divulgación de la fe religiosa y en la introducción de costumbres hay que abstenerse siempre de cualquier clase de actos que puedan tener sabor a coacción o a persuasión inhonesta o menos recta, sobre todo cuando se trata de personas rudas o necesitadas. Tal comportamiento debe considerase como abuso del derecho propio y lesión del derecho ajeno»
.


El Episcopado Español, mientras «pide a sus colaboradores apostólicos, que jamás incidan en este defecto, les ruega que con la mayor caridad posible procuren que los fieles de fe sencilla no sean jamás víctimas de dicho procedimiento, si alguna vez hubiere lugar a ello»
.


Recientemente España se ha visto invadida por multitud de sectas muy proselitistas que con señuelos más o menos atractivos para los jóvenes han desorientado a un número muy considerable. Ver 75,6.


El Episcopado de Francia ha hecho esta advertencia a los católicos: «Todos los católicos deben oponer un dique a esta marea invasora. Por eso el comprar, leer o conservar sus publicaciones constituye una grave imprudencia. Frecuentar sus reuniones y participar en su culto es todavía más peligroso. Y el adherirse pública y plenamente a ellos constituye un pecado grave contra la fe».


Puede ser interesante mi vídeo Las sectas desenmascaradas
.


12. La plenitud de los medios salvíficos se encuentra en la Iglesia Católica, pero algunos actos de los hermanos separados, pueden también producir la gracia
. En los hermanos separados se puede encontrar también virtud y parte de verdad. Los católicos deben reconocer con gozo «los tesoros verdaderamente cristianos que, procedentes del patrimonio común, se encuentran en nuestros hermanos separados».


«El cristiano, lejos de juzgar o de condenar a los que están fuera de la Iglesia, deberá ofrecerles su ayuda y su amor. Si él es feliz por encontrar la salvación dentro de la Iglesia, también está seguro que la bondad de Dios salva, por Cristo, a todas las almas generosas y de buena fe que, sin pertenecer visiblemente a la Iglesia, siguen lealmente los dictados de su conciencia»
. 


«Aquellos que con seriedad intentan en su corazón hacer todo lo que Dios exige de ellos no están excluidos de la esperanza de la vida eterna»
.


Dice el Concilio Vaticano II: «El propósito divino de salvación abarca a todos los hombres: y aquellos que, ignorando sin culpa el Evangelio de Cristo y su Iglesia, buscan, sin embargo, a Dios con corazón sincero, y se esfuerzan, bajo el influjo de la gracia, por cumplir con obras su voluntad, conocida por el dictamen de la conciencia, ellos también, en un número que sólo Dios conoce, pueden conseguir la salvación eterna. La Divina Providencia no niega los auxilios necesarios para la salvación a los que, sin culpa por su parte, no llegaron todavía a un claro conocimiento de Dios y, sin embargo, se esfuerzan, ayudados por la gracia divina, en conseguir una vida recta»
. 


Es decir, que los no creyentes de buena fe, que siempre cumplieron con su conciencia, pueden salvarse.


Dice Martins Veiga: «Constituye una gran alegría pensar que hay mucha gente de buena voluntad que se salva sin pertenecer a la Iglesia. Sin embargo, no deja de ser un hecho doloroso el que haya tantos hombres que no conozcan ni vivan el misterio de la Iglesia en su integridad, porque sin ella nunca podrán alcanzar su plena y total realización en Dios»
.


La conocida frase «fuera de la Iglesia no hay salvación» se remonta a Orígenes y ha sido muy repetida. Incluso se ve incorporada en el Concilio IV de Letrán
. Pero hay que entenderla en su contexto. Va dirigida a los que conociéndola la rechazan. No a los que inculpablemente no la conocen.


«Para comprender bien su significado quizás sea mejor decir: "Fuera de la Iglesia no hay medio de salvación"»
.


Pero «quienes sabiendo que la Iglesia Católica fue instituida por Jesucristo como necesaria, desdeñaran entrar o no quisieran permanecer en ella, no podrían salvarse»
.


Con todo, para la salvación eterna, no basta estar en la Iglesia, hay que estar en gracia. «La Iglesia es medio de salvación, no causa»
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